Querida mamá de un bebé prematuro



En esta ocasión, les comparto la reflexión de una mamá que captura perfectamente el sentimiento de muchas madres de prematuros y que nos hace reflexionar sobre cuánto hay por trabajar para que los programas de salud incluyan a los padres en la UCIN y que esos bebés puedan estar acompañados desde el comienzo por su familia.



 Querida mamá de un bebé prematuro:



Sé cómo te sientes en estos momentos. Puedo sentir tu terror al saber que el parto es inminente y casi puedo oír como contienes la respiración deseando con todas tus fuerzas que tu bebé rompa a llorar justo después de nacer como hacen todos los bebés normales.


Puedo notar desde aquí tus remordimientos de conciencia al saber que tu cuerpo no ha sido capaz de cuidar debidamente de quien más querías, a pesar de que tu yo racional te repita una y otra vez que lo que ha pasado no ha sido culpa tuya.



Interrogarás con tu mirada desesperadamente a todo el personal médico que te rodea tratando de adivinar qué están pensando, qué están viendo, en qué situación está tu hijo exactamente.



Afinarás el oído más que nunca y captarás algún término médico suelto cuyo significado no alcanzarás a entender pero que te traerá a la mente los peores presagios.



Conozco la impotencia de oír, con los brazos vacíos, como estallan en llanto todos
los bebés de la planta de Maternidad mientras tú lloras en silencio, puede que incluso sin lágrimas, preguntándote cuando podrás coger al tuyo en brazos aunque sólo sea un mísero minuto.



Un bebé prematuro visto a través de los ojos de la magnífica fotógrafa Anne Geddes. Lo primero que sentirás al ver a tu bebé por primera vez no será el amor que toda madre siente hacia su bebé, sino MIEDO, así, con mayúsculas, mucho miedo. Te impresionará su aspecto; la claridad de su piel, arrugada y finísima, casi transparente, y esos ojos saltones que te miran sin entender nada.


Puede que ni siquiera puedas cogerlo en varios días, quizá tengas que conformarte con tocarle metiendo la mano en la incubadora a través de una pequeña apertura circular, y después te llevarás la mano a la nariz tratando de identificar su olor. El olor de tu bebé. Lo primero que le dirás a tu hijo no será “te quiero” ni “bienvenido al mundo¨, sino
“por favor, lucha, no te mueras“. Mirarás a tu bebé dormir en su pequeña urna de cristal, pero no te preguntarás como cualquier otra madre a quién se parece o cuando dirá su primera palabra.



Tú te preguntarás si tiene secuelas, si podrá llevar una vida normal o cuanto estará sufriendo en estos momentos. Te preguntarás si se siente solo y si sabe que entre todas las personas que están allí rodeándole, eres tú quien le ha dado la vida.



Quizá te den el alta y tengas que dejar a tu bebé en el hospital mientras tú finges descansar en casa, contando cada minuto, cada segundo, que falta para volver a visitarlo.


Te convertirás en una verdadera experta en fingir frente a los demás que, a pesar de todo, estás bien. Quizá incluso termines por creértelo tú misma. Cada noche, antes de dormir, se te romperá el corazón en mil pedazos al imaginar a tu diminuto hijo durmiendo allí, solo, y siendo consolado por manos ajenas.



Vivirás con el temor a que el teléfono suene en medio de la noche y cada mañana, al despertar, te lanzarás sobresaltada a coger el móvil antes de terminar de abrir los ojos, rezando para que no haya ninguna llamada perdida.
Te lavarás las manos de forma enérgica, casi obsesiva, antes de coger a tu bebé en brazos, no sólo durante su estancia en Neonatología sino mucho tiempo después.


 


Dudarás antes de darle un beso temiendo que haya, en tu aliento de madre doliente, un maldito virus traicionero que pueda poner en peligro su vida por culpa de tu necesidad de amarle.


 


Verás a otros bebés, compañeros de Neonatología de tu hijo, sufrir como nunca debería sufrir alguien que ni siquiera ha empezado a vivir, y cada día te preguntarás si tu hijo será el siguiente.
Quizá un día oigas como las máquinas que rodean a tu diminuto tesoro empiezan a
pitar sin control, y te toque salir precipitadamente de allí, mientras cargas con la impotencia de saber que no hay nada en el mundo que puedas hacer para ayudar a tu hijo en estos momentos.
Probablemente te sentirás inútil, prescindible, una mera espectadora del que se suponía que iba a ser uno de los momentos más importantes de tu vida.



Puede que te toque tomar decisiones muy difíciles cuya idoneidad y trascendencia te resulte muy difícil valorar.
Sentirás tristeza, decepción y rabia. Te enfadarás con el mundo preguntándote por qué le ha tocado a tu bebé pasar por algo así. Oirás comentarios que, por desconocimiento o inconsciencia del interlocutor, te harán mucho daño. Habrá gente de tu entorno que te sorprenda, y otros te decepcionarán profundamente.
Sentirás envidia de las enfermeras que bañan a tu hijo, que le cambian el pañal, que le consuelan cuando llora o cualquiera de todas esas cosas que deberías estar haciendo tú. Te preguntarás si serás capaz de cuidarle tan bien como ellas cuando al fin puedas llevártelo a casa. Te sentirás terriblemente culpable de no poder pasar a su lado cada segundo.



Nadie debería iniciar el camino de la maternidad de esta forma, pero lo cierto es que ocurre mucho más de lo que nos imaginamos. No estás sola, aunque en estos momentos no haya nada en el mundo que pueda servirte de consuelo.



Quiero pedirte que seas fuerte, aunque esto no significa que no tengas derecho a derrumbarte. Sólo te pido que dentro de todo ese dolor, miedo, rabia, impotencia e incertidumbre que todas hemos sentido al estar en tu lugar, conserves siempre un hueco para la esperanza, por muy remota que esta te parezca.



Las madres de bebés prematuros no somos como las demás madres. Nunca recordarás
el día de tu parto como el día más feliz de tu vida, sino posiblemente como el peor día
de tu vida, y cada cumpleaños que celebre tu hijo tendrá un regusto agridulce y te traerá recuerdos que lucharás desesperadamente por olvidar el resto del año.



Pero nuestros bebés tampoco son como otros bebés. Nunca olvidarás esta experiencia tan traumática, y muchos años después seguirás llorando al recordarlo, quizá incluso toda la vida, pero tampoco olvidarás el asombro de ser testigo de como bebés que caben en la palma de una mano luchan por su vida con más fuerza que muchos adultos y se abren paso por el mundo como verdaderos tornados.



Aprenderás que la vida es un milagro, que respirar en sí mismo también es un milagro, que hay cosas que ni los propios médicos pueden explicarse del todo y que los bebés prematuros son verdaderos especialistas en desafiar cualquier pronóstico negativo.



Espero que pronto estéis en casa juntos empezando vuestra nueva vida como madre e hijo, y que algún día seas tú quien le escriba a otra madre una carta de ánimo como estoy haciendo yo ahora.


 


 Lucía García de Reyes